Colección Castagnino+macro

 

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Guido, Alfredo

Rosario, 1892
Buenos Aires, 1967

Decorador, muralista, ilustrador, grabador y pintor de caballete. Se formó en el taller del artista italiano Mateo Casella, junto con Emilia Bertolé. En 1912 ingresó a la ANBA, egresando a los 23 años como Profesor de Dibujo. Allí, fue alumno de Pío Collivadino y Carlos Ripamonte. Participó en el Salón Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires desde 1913, obteniendo el Primer Premio de Pintura en 1924. En 1915 se hizo acreedor del Premio Europa, beca que no pudo disfrutar a causa del desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.

En consecuencia, Guido viajó por toda América del Sur, volcando su experiencia en obras posteriores. Luego se dirigió hacia el viejo continente donde se instaló entre 1925 y 1937.

Hasta 1915, su producción se caracterizó por un naturalismo académico, rasgo aprehendido de sus maestros rosarinos. Luego, en el marco de la indagación sobre la identidad argentina, llevada a cabo en la segunda y tercera década de 1900, sus trabajos se relacionaron con la pintura de paisaje.

Esos escenarios naturales recibieron una influencia luminarista, predominando la pintura de cielos y la perspectiva atmosférica. Allí, los colores fueron logrados mediante la superposición de tintes y no de manchas empastadas. Las gamas claras y la insistencia en el uso de los azules le otorgaron un tono simbolista a sus obras, evocando cierto lirismo relacionado con el modernismo de principios del siglo XX. Arando, primera obra de un artista local adquirida para el futuro museo, en el I salón de Otoño, es un claro ejemplo de ello.

No obstante, el género del paisaje no fue el único llevado a cabo por Guido. También se dedicó al retrato, donde la homogeneidad de la pintura fue lograda gracias al uso que realizó de los tintes. La niña de la rosa forma parte de ese grupo de trabajos. Allí, el artista resolvió el color con imperceptibles líneas superpuestas sobre azules, logrando construir cierta textura reflectante a partir de la opacidad de la materia. El resultado obtenido fueron composiciones serenas, envueltas en una atmósfera blanquecina. Asimismo, el pasaje cromático definió figura y fondo pero anulando la representación de volumen dada por la técnica del claroscuro.

A partir de los postulados planteados por Ricardo Rojas en su libro Eurindia, las intenciones de Guido derivaron en la necesidad de plantear una fusión hispano-indígena que diese unidad y conciencia histórica a la población. Por ello, retomó las premisas de dicho pensador, mediante las cuales propuso recuperar elementos de las culturas precolombinas a fin de fomentar una conciencia estética nacional. Estos planteos se hallaron plasmados en una de las revistas más importantes de Latinoamérica de los años 20, la revista de El Círculo, de la cuál Guido fue co-director junto con Fernando Lemmerich Muñoz.

En esa etapa se ubica La Chola como eslabón de una larga tradición del desnudo. Allí, una mujer acompañada por un plato de frutas tropicales descansa sobre telas estampadas. Los motivos de esos lienzos evocan los diseños de Gustav Klimt, al mismo tiempo que remiten a tejidos norteños.

Con esta obra, el artista propuso una alegórica síntesis americanista, además denotada en el título, cuyo fundamento se halla en la mezcla de elementos disímiles. Guido planteó una mixtura cultural entre la tradición del desnudo europeo, las referencias a la cultura española-americana y fuertes marcas simbolistas. Estas últimas instaladas en los ojos de la mujer, la mirada trasnochada y el tono mortecino en su piel.

Luego se produjo un cambio de lenguaje. Si bien continuó perdurando su intención representativa, el artista estilizó las formas y multiplicó los elementos formales logrando composiciones decorativas. En esas obras se agudizó su búsqueda orientada hacia la identidad y la autenticidad del país. En consecuencia, con el aspecto de grandes tapices regionales representó conflictos sociales latentes en el hombre americano y sus costumbres.

La actividad de Guido ha abarcado todos los planos de la plástica y otros campos relacionados con ella. Como grabador, cultivó la técnica del aguafuerte y buscó el carácter típicamente americano dentro de cierto barroquismo y de la literatura gauchesca. Escribió numerosos artículos y pronunció varias conferencias. Realizó vitrales, tapices y cerámicas. Diseñó muebles y biombos en madera tallada.

Fue profesor de grabado, de decoración y composición plástica de la ESBAEC, desempeñando allí el cargo de Director entre 1932 y 1955. Como escenógrafo, llevó cabo decoraciones para varias óperas realizadas en el Teatro Colón. En 1941 fue nombrado Miembro de Número en la ANBA. Mostró sus obras en Madrid, París y en distintas ciudades de Argentina. Como distinción, obtuvo entre otras: Gran Premio de Honor, Exposición Internacional de Sevilla 1929, Medalla de Oro, Exposición Internacional de París 1937, y Gran Premio de Grabado, Bienal de Madrid 1952.




Otras obras